Arte Brocheriano × Brochero × Historia × Rumbos
El Evangelio de Brochero fue un discurso dado por Efraín Bischoff pero que cumplio en mi sin darme cuenta un antes y un después en mi vida. Era 1996 y yo estaba pasando por esos dias que se les da mas importancia de la que tienen. Fui ha charlar con Efrain a su casa de Alta Cordoba -hacia poco habia recibido un premio en España- luego de escucharme me miro y rapidamente ninguneando el asunto cordialmente; cambio el tema pidiendome que le transcribiera unos escritos suyos en mi computadora. Al termino de la charla fue hasta su escritorio repleto de libros y papeles. Saco de entre ellos un original del discurso y me lo regalo.
Tiempo despues al entregarle el texto "De historias y discursos... sobre el arte brocheriano", le pedi incluir este discurso en el original y el me pidio hacer una portada con este dibujo. Las cosas de la vida hicieron que la tirada fueran unos pocos ejemplares de prueba que se vendieron en algunos kioscos de revistas seleccionados. La prueba fue un exito, pero el contexto nos hizo desistir.
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El Evangelio de Brochero
Nos instalamos en la Córdoba que veía morir la década de 1860 qué parece que era su desfallecimiento con un suspiro en el que se mezclaba cierta asustada felicidad ante un progreso avanzado con los rieles del gran central desde el Rosario y el empecinamiento de mantener en los arcones con tufo de pretérito vestiduras de otrara, Aquellas que se miraban con ojos embelesados como se contemplaba el escudo familiar tenido siempre libre del plebeyo polvo levantado en la calle por vientos jugetes. Una Córdoba de reboticas donde el atardecer se tijereteaba en prestigiosos políticos se hablaba como en un susurro de alguna aventura pecadora en extramuros y se armaban tramoyas comerciales para copiar buena cantidad de patacones.
Estaba en plenitud una generación que experimentaba voluptuosidad al respirar la atmósfera con el aroma dulzón de las nostalgias, pero sabía también del acre olor de la pólvora en sucesivas madrugadas revolucionarias, mientras ardían aún los ranchos de Cepeda y de Pavón 1859-1861 cuando se toparon al orgullo provinciano y la mandona del puerto coma y está en definitiva había llevado la de ganar.
En el centro de un país por largas leguas desoladas, Córdoba se abroquelaba en la común sapiencia libresca de sus togados, en él musitar de sus plegarias profesionales y en exhibir el costurón mal cicatrizado de las heridas de los guerreros.
Después de todo coma a quienes administraban los valores de su clase dirigente se sintieron cómodos en el cuenco del Valle donde Córdoba había sido dejada varios siglos antes por la terquedada fundadora de don Jerónimo Luis de Cabrera.
Aún para muchos la ciudad se acababa a pocas cuadras de la plaza central se despreocupaban de los resignados Dolores de la servidumbre trajinado ahora en el tercer patio de las casonas y recorrían con avidez las columnas doctrinariamente cristianas De El eco de Córdoba o las combativas por nuevas consignas De El progreso mientras se divertían sabiendo de los enojos causados al superintendente de policía por los picotones de El mosquito un zumbador periodiquito que terminó aplastado por una sentencia judiciales.
Más allá del rumor cañadense hacia el oeste coma y la frescura de las huertas en una de las cuales podían verse entre el ramaje de los árboles las pintó en las manzanas de Simón Luenge, federal lote de muy conversada historia y cuya figura angulosa y presencia con flacura quijotesca metía miedo a los niños cuando el reto de la madre amenazaba cuando llamarlo porque más de una vez se escuchaba de su bravura en revoltijos de sublevaciones de tiro limpio. El que le pita de algunas de ellas había llegado hasta el caserón del seminario de nuestra señora de Loreto, adosado a espaldas de la Catedral, interrumpiendo la rezadora de la elección de los teólogos.
En aquel instituto y en la Universidad, José Gabriel Del Rosario Brochero había sentido transcurrir sus años de adolescencia añorando no pocas veces la mansedumbre de su villa de Santa Rosa de Río Primero pero feliz de haber encontrado el camino para su misión sacerdotal.
En aquellos tiempos Brochero supo de la orientación de reactores de seminario con Jerónimo Emiliano clara y Uladislao Castellano, Mientras señala mitra en el obispado cordobés monseñor José Vicente Ramírez de Arellano.
El primero ya desde entonces practicaría un rigorismo ideológico manifestando su sobresalto cuando descubrió que el curso de derecho natural del filósofo alemán Enrique Ahrens, Prohibido por la Iglesia el texto en la casa universitaria y los seminaristas miraban por sobre el hombro de sus compañeros aquellas páginas impregnadas de afirmaciones no “del todo conforme a los ortodoxos y puras de nuestra Santa madre iglesia”, Como había expuesto en nota al prelado. Pero clara coma a quien el destino tendría reservadas horas muy encrespadas de lucha contra el liberalismo esgrimido por el presidente de la República general julio argentino roca en la década de 1880, fue seguido en la dirección del seminario por aquel monseñor castellán cuyo corazón se iluminaba cada vez que recordaba sus pagos natales de San Javier, mientras era defensor de los derechos de la Iglesia con tono vibrante en sus sermones y luego en sus pastorales cuando a fines del pasado siglo fue electo arzobispo de Buenos Aires.
Como monseñor castellano Brochero tuvo más afinidad en sus ideas y en sus actitudes más de una vez le oyó a hablar de aquellas regiones de fragoroso territorio del otro lado de las sierras Grandes.
En la plática emprendida con sus alumnos en los instantes de esparcimiento no pocas oportunidades aludió a los comarcanos de apacible existencia y las duras condiciones sobrellevadas para cumplirla. Y tan apegado estaba castellano su tierra que el 6 de febrero de 1900 cuando estaba misionando en San Pedro sintió se enfermó y quiso emprender el viaje a su San Javier donde falleció. Dejó la impresión de ser un apóstol de la caridad como dijo entonces un periodista “habiéndosele visto siempre en su noble deber de divino elegido: silencioso coma y pausado, humilde como sublime predestinado para la alta misión de consolar que es la más noble de todas las misiones”.
La muerte de monseñor castellano impresionó profundamente a Brochero coma por aquel tiempo en Córdoba en su desempeño canónigo. Y mucho más como que reiteradamente castellano había elegido la tarea apostólica de Brochero y hasta asistió el 28 de octubre de 1898 a la entrega de la medalla de oro ofrecida por los vecinos de San Alberto al retirarse a aquel del curato y el que regresaría pocos años después.
Al ser designado párroco en Traslasierra en 1869, Brochero no ignora muchas de las circunstancias con las que habría de enfrentarse durante la misión. Su amistad con Udaslisdao Castellano le anticipó al clérigo realidades a las que debía ir dispuesto a mirar sin espanto ya tocar sin repugnancia. La región del oeste cordobés había sido de intensa trayectoria histórica ignorada por la mayoría de quienes desde la capital provincial miraban a la distancia de los nevados picachos de las montañas y pocos conocían el espíritu de los pobladores. Estos se sentían orgullosos de habitar en aquel territorio. Andaban sueltos en las conversaciones de regreso los recuerdos de aquel entrar de los lugartenientes del general José María paz sableando espaldas y marcando rostros de adversarios federales; de aquella heroica defensa de la población sanpedrina encabezada por el comandante Manuel Morillo contra las huestes chachitas De Puebla y Ontiveros de los valientes tras serranos que comandados por el coronel Agustín Ángel Olmedo se desangraron en los esteros paraguayos cuando la guerra de la triple alianza…
al llegar Brochero en aquel noviembre de 1869 atrás la Sierra había Dolores no pocos hogares. Olmedo recordará luego la bravura de sus hombres en las remetida en Lomas valentinas y no podrá dejar de estremecerse ante los muertos en línea coma ha probado al mundo entero que habían muerto en sus puestos antes de ceder al empujo de las armas aliadas”, en tanto exaltaba el coraje de quienes le habían seguido en aquel asalto Guerrero.
En el silencio de la rueda familiar alguien leyó alguna vez, con voz turbia de lágrimas la carta última del Serrano Cordobés caída en el barro de la trinchera en el solar guaraní.
Brochero va hacia esa realidad con ansias de sembrar palabras de esperanza mientras su cabalgadura trepa hacia la montañosa comarca la ciudad cordobesa va quedando desdibujada la distancia y en ella la imagen de las cúpulas buscadoras del cielo y el rumor de plegaria que tiene como respuesta insatisfecha las oraciones caminantes por la ranchería miserable de del abrojal en ella al pasar de mantillas con encajes y le vi todo en esos oscuros haciendo vanguardia de las procesiones de San Roque a los rebozos de burdo paño y los sacos de tela del país disimulando algún remiendo y cuando llega el instante de arrojar las flores al paso de la imagen centellea en algún blanco dedo un brillante traído de París, mientras atrás más manos ásperas imploran Unidas en religiosa oración en ella el lento recorrido por las calles de la Virgen de nuestra Señora del Rosario del milagro llevado en las andas sostenidas por hombros me agudos rodeado de vestidos femeninos rumorosos de seda y escoltado por los integrantes de la cofradía donde se agrupan los últimos morenos achinados por el mestizaje descendientes de la sumisa negra africana con que fue alimentada la esclavatura cordobesa aquí ya que muchos años antes en tiempos de virreyes fue visto por los azorados ojos del viajero Concolorcorvo.
Brochero fue varón de metere con gesto de amor en las sagradas escrituras. Hola conocido de seminarista y luego como sacerdote el caserón donde se practicaban ejercicios espirituales”, siguiendo los consejos de San Ignacio de Loyola y experimentando la influencia de bienaventuranza empapando su corazón. Ha escuchado los sermones machacones e inacabables bajo las naves catedralicias y ahora se encuentra con que tendrá que hablar a sus fieles en una capillita con olor a humedad con muros de adobones pintados toscamente con cal mientras un Cristo pequeño clavado en el Madero amén de una Cruz sobre el mezquino altar parece mirarle con doloridas pupilas… Es entonces cuando tiene que elegir su conducta para derramar sus ardores apostólicos y encontrar la mejor actitud de aproximación a aquella gente salidas con la curiosidad de su llegada. brisa que baja con entusiasmo de las cumbres en las regiones iba dejando una fragancia de albaca de menta hierbabuena… aquellas presencias aquí la agreste paisaje que se torna musical con el sonar de alguna campanita escondida entre las breñas aquí el presentarse con la prisión ante franqueza de un “padre soy Pereira” El otro Altamirano; el de más allá, o simplemente Recalde para lo que guste mandar” el que se aproxima sombrero en mano para decirle “yo soy Jesús María Soria, de los de pocho” ; y 1 más y el de más lejos y el de más cerca. Y la familia que los rodea con un casi confianzudo “aquí estamos, padre de 3 leguas al norte pal lao de Salsacate, los Miranda…”.
Ahora los tiene allí interrogándole con sus miradas. Entonces siente estremecidas las fibras de su alma coma y en su meditación coma y en ese imprescindible silencio propicio para el comienzo de las grandes obras se siente atrapado. Cada vez quedando más lejana la Córdoba ciudadana donde en algunos años había conseguido espiar el movimiento de los grupos familiares dominantes, aprisionados por las triquiñuelas politiqueras coma el comentario de los saraos de relumbrón, el talento arropado sin soberbia, la bellaquería buscando el atajo, la pasión en desborde para alcanzar los peldaños sociales o la tenaz laboriosidad con inteligencia el no poder mostrar sino el ropaje sin presuntuosidad de un antepasado y los tejemanejes genealógicos para buscar algún antecedente conquistador de buena cama coma y entre la maraña de apelativos vulgares.
Ahora allí están aquellas humanas figuras metidas en su montaña, en su Valle, en su caserío coma y en su monte. El hombre y la mujer y el niño con la contribución de encontrarse cada día más cerca de la ternura y la esperanza sin otro pleito con la vida que el de buscar en todas las jornadas el acercamiento a la primavera eterna.
Él había ido a su curato de traslasierra a misionar con el Evangelio. Buscar el medio de ser comprendido en sus mensajes sin con ello abochornar a quienes le escuchaban y muchos de los cuales apenas sabían garabatear su nombre, fue el acicate suyo desde que pisó aquel trance que Brochero, “con fino sentido de adaptación a ejemplo de San Pablo, supo hacerse todo para todos, para ganarlos a todos para Jesucristo”. Para su labor evangelizadora utilizó la predicación clara y sencilla acomodada siempre a la capacidad de los oyentes penetrando como espada de 2 filos hasta las profundidades del alma. Para entender su obra no es preciso llevar a Brochero a través de andanzas mitológicas. Basta con mirarlo en su accionar de hombre de iglesia que comprendió la liturgia de la palabra divina y la expulso impregnada de estimación hacia sus semejantes, porque era él quien debía tener el privilegio de ser oído para ayudarlos a sentirse más cerca de las verdades eternas.
En la Córdoba de su largo accionar no siempre el aviso cristiano fue entregado con esa fuerza subyugante. La madurez evangelizadora síntesis de virtudes tuvo su estilo Brochero. Propio cabalmente definido. Porque se lo exigió el ambiente de su actuación y porque sobre todo miró a sí mismo jugando al hombre en su integridad. Así lo sintió en su pesadumbre y en su alegría, en su debilidad y en su recedumbre. No le fue fácil saltar sobre prejuicios de prolongadas raíces en el catolicismo practicado en una Córdoba agrega nada en su fama doctoral y mística pero socavada en algunas épocas por una molicie espiritual y provocadora de una flaca presencia de ciertas órdenes religiosas.
Al hablar Brochero con aquella espontaneidad, sin importarle mostrar los atributos vergonzantes de sus fieles tocando con suelta palabra la idiosincrasia de ellos y no mirando para otro lado cuando los aprietos de la miseria los atormentaban, si no buscando el modo de ser un aparcero en él sufrir, consiguió los designios de una iglesia universal auténtica.
Muchos de sus contemporáneos corrompidos por mundanas frivolidades solamente vieron en él la anécdota de cambiantes colores. No se molestó por ser de ese modo mirado. Le importaba sus gentes y su dirección espiritual auxiliándonos a sí mismo en sus falencias materiales. De ahí que en su anecdotario está el reflejo de su buen humor de su tiro rápido en las respuestas originales, de su penetración a cielo abierto en un paisaje muchas veces semi bárbaro de aquí el agudo sentido pragmático el resolver los problemas cotidianos suyos y los de sus vecinos, afirmando en todo ello su popularidad imperecedera.
Le sofocaba el horizonte cortado por las altas serranías. Quiso un ferrocarril de Soto a villa Dolores para dejar escapar con él los productos de los campos y el fracaso el amargo los últimos años de su vida; horado distancias con caminos y sobre todo insistió en darle esa comunicación a sus zonas con la capital provincial y por ella El País. En esa actitud hay un simbolismo de apertura, de llegada de nuevas voces resonando en aquellas comarcas.
Acaso podemos ajustar un elogio acerca de Brochero con lo que Mary Craig dijo de un sacerdote que llegaría a ser Juan Pablo segundo. Fue el estudiar 1 de sus poemas en el que están insertos todos los temas de su ministerio. En sus palabras y en su sensibilidad hacia la dignidad humana, el respeto por el trabajo manual, el ansia de servir la conciencia del amor como fuerza de vida y la percepción de una realidad que trasciende al mundo visible.
Para Brochero no hubo hijos ni entenados; tendió su mano saludadora a los pregoneros del liberalismo combativo de su época ya los representantes de la clerecía; las fuentes de inspiración de sus plásticas estaban en las cosas simples de cada día y fue el Pastor sin inconvenientes en larga de un eterno agrio cuando tuvo que sacudir a una de sus ovejas para que volviera al rebaño, como empleo la mansedumbre cuando creyó oportuno hacerlo para obtener un beneficio destinado a los habitantes de la región a su cuidado.
Logró muchas de sus conquistas ahuyentando los fantasmas engolados y no vaciló en ir en busca de hombres contrabuco listo para el fogonazo de muerte, como Santos Guayama; para tratar de hacerles con la oración aplacar sus salvajes instintos. No conseguir que así ocurriera le dolió tanto como el saber que algunas de sus gestiones se empantanaban definitivamente en un escritorio ministerial y especialmente al descubrir que la frustración del servicio para los suyos nacía en la necesidad de algún político o en las trapisondas de un funcionario, pero la obra alcanzada fue inmensa resultado de su amplio espíritu, de su terquedad para conseguir lo propuesto y de sus ansias por hacer el bien.
Investigador penetrante y permanente del alma popular sabía de su innata nobleza. Aprendió que la mayor prosapia era la del trabajo y por eso no quedó indeciso cuando tuvo que arremangarse la sotana ya cerrar una viga, cavar una acequia y andar leguas en su mula malacara para cumplir un servicio. No le preocupaba su cansancio sino el resultado de sus actitudes todas ellas orientadas a evangelizar, aunque el condimento de la anécdota pudiera hacerle aparecer como soslayando los testimonios accesibles. Para él la edificación del Reino de Dios era preciso hacerla con los materiales al alcance de su mano. Lo suyos eran rústicos y los usados sin importarle las raspaduras en las manos.
La irradiación evangelizadora fue su acontecer de cada día para realizarla se valió muchas veces del ejemplo gráfico, forzando las líneas de su dibujo, injertando en su conversación los genuinos vocablos del criollismo, demostrando no aferrarse a su terreno estadía sino atisbando el resplandor de la eternidad. Bien puede aplicarle a él las palabras de San Pablo a los tesalonicenses” así llevados de nuestro amor por vosotros queremos no solo daros el Evangelio de Dios si no aún nuestras propias vidas”.
Se adelantó eclesiásticamente su tiempo en la vida y en la muerte. Quiso la salvación del hombre en la permanente vendimia de sus Dolores y de sus júbilos. Refugiado en una obediencia inquebrantable hacia el mandato divino -lo hemos dicho alguna vez y lo subrayamos ahora en la exaltación del sesquicentenario de su nacimiento-, Brochero se impuso en más de un instante a un apremiante sacrificio espiritual y corporal en la búsqueda de bienes para su Gray y sino en muchos de sus días el de una penuria disimulada en la flor de una sonrisa de porvenir...
Discurso pronunciado el 15 de marzo de 1990 en la ciudad de Córdoba por Efraín U Bischoff en el Teatro Real en vísperas del día del sesquicentenario del nacimiento de Brochero.
